Me gusta pensar en un bouquet como un jardín chiquito. Como un microuniverso, único, ligero, vulnerable, pero que reúne lo más primoroso que nos regala la naturaleza: las flores. ¿Y qué son las flores sino semilla? Me gusta pensar en un bouquet como un vientre capaz de parir amapolas, gardenias, orquídeas, lilas, magnolias, violetas, rosas, camelias, buganvillas. Me gusta pensar en este bouquet de Óscar Molina V. como este ramillete de historias que, así como sus flores, nos acarician, pero también nos espinan.
Es imposible que mi texto no sea una exposición personal, prácticamente íntima de la relación entre el autor, mi lectura y la obra. Con Óscar nos unen muchos años de camino recorrido juntos, unas veces más cerca que otras. Con Óscar hemos compartido techo y algunas veces quizá hemos sido invernadero el uno del otro. He visto regar ese jardín, que hoy es Bouquet, con lágrimas, sudor, con la saliva que brota cuando reímos a carcajadas. He atestiguado sus transformaciones, lo he visto prender fuego al clóset, abrasarse en carne viva y convertirse en semilla. Me gusta pensar en Bouquet como hilos entrecruzados de las vidas que Óscar perpetúa con su pluma, pero como su vida misma… como esa que ha podido deshojarse, desollarse y volver a crecer.
Bouquet es la sonrisa voraz de Marsha P. Johnson… Marsha como ese lirio negro que ilumina, que enciende caminos, que se siembra en las calles de Nueva York, de esas calles que décadas después recorreríamos juntos… que recorrerías junto a tu madre, desbrozando prejuicios y miedos. Nos recuerdo en Nueva York iluminades con el neón del Stone Wall Inn… Y también caminando cabizbajos en ese frío que te congela hasta los sentimientos más cálidos. Nueva York también es Bouquet… esa ciudad cosmos donde las voces de aquellas, aquellos, aquelles que se resistieron al encierro infinito todavía se escuchan. Nueva York que nos ha visto reír, planear, llorar.
Hoy, los más de diez años de escritura profesional de Óscar Molina V. están recogidos justificadamente en este libro editado por Severo. Sí, este también es un acto de justicia. Sobran razones para regresar una y otra vez a estas letras que nos hablan desde un periodismo sensible y riguroso capaz de relatar los horrores más brutales sufridos por los personajes -por las personas- que germinan de estas páginas. El horror detrás de la voz de Lorena Borjas en Estados Unidos, o de los recuerdos de Purita Pelayo, en Ecuador, es el horror que ha perseguido desde hace mucho, desde nuestro siempre, a gays, lesbianas, transexuales, travestis, transgénero, queer… Qué incómodas son las etiquetas, pero la palabra es cuestión de vida o muerte para reconocer que algo existe o para borrar su existencia. Y entonces Bouquet es memoria: es un registro histórico de lo que ha sido y no debería volver a ser. Al mismo tiempo en estas hojas se siembra la esperanza… La niña Amada es niña espejo de ese futuro posible, de ese lugar en donde ser y parecer no contravengan ningún código penal.
Un libro de no ficción tiene entre sus méritos recoger las palabras precisas para describir -o recrear- realidades. Hablamos de que lo que van a hallar en este libro son eventos, acontecimientos que tuvieron lugar, pero que generalmente los medios tradicionales han abordado desde la burla, la caricaturización o han fomentado la invisibilización. Bouquet es un ramillete de géneros periodísticos, un reflejo del trabajo de Óscar en los últimos años: curioso, migrante. Y aquí hago hincapié en que uno de los méritos de este ramo de textos es que nos demuestran que el norte y el sur global tenemos más en común de lo que parece. De norte a sur y viceversa hay vidas cuya valía el sistema las marca diferentes, hay quienes debieron poner el cuerpo en sentido literal para que ahora podamos hablar sin vergüenzas, sin recelos y sin temores sobre la otredad. En Estados Unidos y en Ecuador ser negro, indígena, ser pobre, ser mujer, lesbiana, gay, bisexual, transexual, travesti o cuir cuesta y se paga más caro. Es un precio del que históricamente no nos podemos despojar.
Pero Bouquet también es hogar. Intimidad. Es esa orquídea que se marchita ante nuestra incapacidad de mantenerla viva. Me es imposible evitar leer, releer, relamer el polen que se desprende de Secuencia para dejar una casa después de siete años, un relato que me recuerda la punción letal de los finales y el ‘azúcar amargo’ de los comienzos. Dulce al fin, aunque no sea siempre como esperamos o como queremos.
Quisiera decir que Bouquet es una obra que llega en tu mejor momento profesional, donde has pateado tú mismo tus propias barreras y autolimitaciones; quisiera decir que es un conjunto de textos que deben integrar las cátedras de crónica y periodismo cultural; quisiera resumir que es un caleidoscopio para mirar esos rostros que a la sociedad le asquean; quisiera metaforizar, adornar esto un poco y decir que Bouquet son también las plumas de Lemebel cuyo candor nos agita. Pero no puedo ni quiero decir solo eso.
Bouquet es político. Es una herramienta de memoria, justicia y por qué no reparación para aquellos seres humanos que han sorteado el borrado histórico de nuestra sociedad: esa que tacha de malo y feo aquello que no constriñe. Esa que vomita, abandona y mata.
Bouquet es estética. Es una obra deliciosa para la revolución del goce. Porque en tu escritura no hay miedo, torero. Hay cinismo y deseo.
Bouquet eres tú. Es el niño asustado y curioso. Es el adolescente rebelde. Es el hombre que estuvo preso. Es el alma libre.
Bouquet es presente. Es regalo. Este Bouquet ahora es suyo.