Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

caballo y arveja: a uno le dan ganas de aullar

Por Esteban Mayorga

Voy pensando en qué escribir y luego en qué decir y se me ocurren todas las cosas posibles, todas ellas disparadas por las imágenes hermosas y el amor, con la inteligencia tan pasional de Mariuxi, desatado en explosión después de leer caballo y arveja. Todo se me ocurre, pero tal vez lo que se me ocurra decir viene siendo inútil. Entonces pienso que a la Mariuxi le debo muchísimas cosas. Pienso que todos le debemos harto. Yo le debo, entre ellas, haberme cambiado la vida en 2015 al invitarme a una feria del libro. Le debo los abrazos de consuelo que me diera hace no mucho. Le debo las lecturas de Guayaquil y Animal.


Le debo esto:

Somos la soga al cuello de una flor triste

Tú y yo somos un caracol en la guantera

Me devuelves la tristeza infinita por tu muerte imposible

Hijastro de la madrugada

Soledad abarrotada del helecho

Tantas hojas y tan solo

Su riñón acuchillado

Pero mi idea acá con esto de la deuda no es plantear una matriz económica, ni un oikos poético, desde los cuales medir «el malaire en la cuenca del ojo» (CyA), sino cachar la forma de operar de este poemario tan salvaje y bonito. En él se configura un espacio específico cuya ontología horizontal es capaz de mostrar, como ya estuviera esbozada en su poemario Animal, la idea de que todos los seres del bosque o la quebrada, con colmillos o sin ellos, zancudos picadores, raíces o culebras, bellas raposas cuya cola de fuete da puro yuyo, así como nosotros, somos una sola y misma cosa.


Entonces le digo a la Mariuxi:

Maga bruta, haz ver la cuenca de tu corva, a aquella de tu vientre.

Haz ver al «caballo caldero calabaza»

Haz ver «tus, o sus, muelas agarrotadas de almendra plateada»

Haz ver como el Roque «aglomera la sangre en las venas de las cabras»

Haz ver como el Roque «lame como se lamen las ventanas de los trenes»

Haz oír como «se escuchan los sonidos del universo en su hocico del futuro»


Estoy totalmente convencido de que verse en Roque y en Lara, los bellos seres para los cuales se compuso el poemario, entre muchas otras cosas, es una forma de conocerse a uno mismo. O sería de reconocerse. Esto es lo que habilita caballo y arveja: volver a la idea de que la imagen de la poeta y ella misma, de carne y hueso, digamos, forma algo diferente de lo que se formaría de solo ser ella, de carne y hueso, digamos; o de solo ser su imagen, sin carne ni hueso. Esto suena a Perogrullo, pero no lo es. Al menos, no para mí. Es la vieja idea lacaniana del reflejo, del espejo, pero no es obvia, al menos no en una primera lectura. Este reconocimiento es fundamental porque se da antes del lenguaje. En la experiencia animal. La reflexión acerca de Roque y Lara permite no solo una exterioridad, sino también y sobre todo una madurez, o maduración, o como se diga. Digo maduración, o madurez, o como se diga, porque nos complementa y eso nos hace ser, nos constituye. Y creo que este ejercicio nos muestra, en su subjetividad, nuestra relación con lo real de la mejor forma posible. La autora vista bajo la lente de Roque/Lara es ella misma, sujeto, pero también es objeto:

Lara rama verde de planta altísima

Te amarco y pesas lo que pesa el espíritu de un hada perdida

Nombre de espátula enmascarada


Se me paran los pelos al pensar como Lara y Mariuxi acompañan a Roque por los «parajes incendiados en el bosque de la epilepsia» (CyA). O al pensar en cómo posa mi Lara, mi Lara, Lara, «su hocico en la clavícula» (CyA). Todo esto para decir que después de leer caballo y arveja a uno le dan ganas de aullar o gemir pidiendo más, atacando con lamidas hambrientas a las peludas y triangulares fauces de estos perros, elegantes y puntiagudos. Pienso que cuando la poesía se desprende de la praxis de la vida, se opone a todo, incluida a la vida misma y por ello renuncia a su capacidad de actuar sobre ella. Acá, esto no pasa.

Esto es, para mí, de las cosas más bellas del libro: leer el amor y haberlo visto darse; verlo realizarse, quiero decir. Esta es una forma de leer que me gustaría aprender. Leer para identificarme como perro, es decir, como dios. Leer y entender que la diferencia de la lectura debe producirse para leer como perra, es decir, como diosa. Una experiencia tan animal como humana, no hecha pasar por humana sin serlo de veras.

Solo espero que este texto, el más demoledor, para morirse de profundo y sofisticado e intenso, nos libre de todo lo torpe que somos, que nos libre del plástico asqueroso y de la gasolina, detestable y sucia. Que nos libre de las fábricas, por más que sean cristalinas. La buena literatura—dice Rancière— tiene que ver con «explorar el vínculo de los cuerpos con las palabras, e inventarlas para que aquellos que no cuentan se hagan contar y empañen así el ordenado reparto de palabra y mudez que hacía de la comunidad política una totalidad orgánica».

Eso es lo que todo escritor o escritora tiene que hacer. Ser una perra valiente, pronto hundirse de nuevo, lejos de todo lo predecible, como si estuviera ya muerta y su escritura explotara y se hubiera rebelado a pesar de la fuerza obstaculizante del poder de siempre.

Cuando lean este libro quisiera que se permitieran contemplar y disfrutar imágenes creadas de nuestra propia libertad espiritual; imágenes que operan así precisamente porque dan expresión a eso, que es todo lo potente imaginado, a rangos de guacamayos, a su varita contra el aire vacío multiplicado por nueve:

Solo te importa aquello que la lava calienta

Animal de vientre lechoso

De lengua viscosa y atolondrada

De tu blancura aprendí el desmayo

Pálida flor en el escaparate del duende

Necesito mirarte

Buscadora de estrellas moribundas

Por ti sé dónde terminan los astros

Y dónde comienza la resaca del dios amanecido

Perra de yeso en la copa de un árbol gigante de azul pupila

Chiquitanía

Por eso deglute sin esmalte

Te llevo a un sueño equivocado y te pierdo

Meteorito del conejo y del mandril

Me dices palabras con tu boca de cantimplora

Tos de huracán

Ahora no queda más que llamarle al díler para celebrar. 

Compartir

Otras afinidades